Inicalmente la preocupación por el “síndrome premenstrual” entendido como una causal de incapacidad femenina en la vida cotidiana; y los períodos de crisis económica o de posguerra en los que existía interés en regresar a las mujeres al hogar y expulsarlas del mercado laboral, para dar lugar a los varones. Dieron lugar a muchos efectos como los que se detallan a continuación.
En ese sentido, como afirma Eugenia Tarzibachi (apud Carbajal, 2013), no es casual que en 1944 los tampones Tampax se publicitaran en los Estados Unidos como una buena forma de reducir el ausentismo de las trabajadoras en las fábricas. Para entonces se consideraba que el estado normal de las mujeres era la enfermedad, y la menstruación, un ejemplo de ello. En esos momentos debían evitarse las caminatas largas, bailes, compras, andar a caballo y participar de fiestas; en síntesis, era imperioso descansar y asumir que la vida femenina estaba marcada por la “tiranía del útero” (Ehrenreich & English, 2005).
En Estados Unidos, las primeras toallas higiénicas datan de la década de 1920. Su fabricación estuvo vinculada con la invención de un sustituto del algodón que había sido utilizado por el ejército norteamericano durante la Primera Guerra Mundial (Jacobs Brumberg, 1997). Los tampones aparecieron a partir de 1930, relacionados con la posibilidad de hacer deportes y actividades recreativas puntuales. Sin embargo en la década de 1930, Leona Chalmers patentó Tass-ette, una de las primeras copas menstruales.
Para 1970, los nuevos adhesivos de las toallas sanitarias volvieron innecesarios los cinturones y los alfileres, y los tampones se posicionaron como opción confortable para usar un traje de baño pequeño, nadar o llevar ropa de calle ajustada y clara. Para las feministas estadounidenses de entonces, los “instrumentos de tortura femenina” eran los tacos altos, los corpiños y las fajas, pero no los tampones: ellos eran dispositivos de liberación.
Sin embargo, las denuncias de muertes y enfermedades a causa del Síndrome de Shock Tóxico en usuarias de tampones encontraron eco en el movimiento por la salud de las mujeres, la militancia contra las corporaciones en este caso, la industria de la higiene femenina y el movimiento ecologista; y contribuyeron a quebrar ese optimismo inicial.
Los reclamos de militantes feministas vinculadas al movimiento por la salud de las mujeres, por mayores medidas de seguridad, encontraban eco también en los grupos ambientalistas, que denunciaban la polución de las industrias del cuidado femenino.
Y es por esto que las propuestas aquí analizadas responden a distintos propósitos: cuidar la salud de las mujeres ante el peligro de ciertos procesos industriales que intervienen en la fabricación de tampones y compresas; facilitar su inclusión social, al evitar el ausentismo escolar y laboral; propiciar el autoconocimiento corporal; oponerse desde emprendimientos locales y a pequeña escala (incluso personales) a las grandes marcas de la higiene femenina y, con ellas, al sistema capitalista y sus corporaciones; ser parte de los movimientos ecologistas que advierten el daño que causan toallitas y tampones para el mantenimiento de los bosques, y del ecosistema en general.
